Hace poco tiempo, me tocó conocer a una persona que cambió mi vida. Es impresionante como la mayoría de nosotros como seres humanos somos capaces de construir experiencias sencillas pero amenazadoras para el resto de la vida y mantenerlas como una herida que sabemos que tenemos abierta, pero oculta.

La historia que les voy a contar, además de haber sido secreta, tiene muchos componentes. A medida que avanza la historia, hay momentos de suspenso, amor, desamor, fracaso, logro, duelo, dolor y por supuesto mucho más amor, alegría, valentía y compasión. Ahora que me han permitido contarla, les contare los mejores momentos.

A medida que avanzaba la tarde de invierno por el año 1988, un niño de 6 años, a toda potencia, era capaz de sentir el viento recorriendo su cara, diciéndose a si mismo que era capaz de aprender algo costara lo que costara, mientras pedaleaba cada vez mas rápido su bicicleta Oxford color Rojo. Por supuesto, como cualquier bicicleta de aprendiz, contaba con rueditas a los lados para mantener el equilibrio.

Mientras eso sucedía por la calle fuera de su casa, su padre torneaba un trozo de tronco de pino que quería convertir en algo nuevo. La magia de la creatividad en el taller dentro de la casa, al costado de una piscina, era infinita. Se escuchaba a diario el sonido de ese torno convirtiendo trozos de madera que habían muerto, en trozos de algo diferente, algo útil. Creaba lámparas, adornos de sobremesa, patas de mesa y todo lo que pudiera ser torneado. Además, con su sierra caladora era capaz de imprimir nombres en la madera para la eternidad. Una hipnotizante sensación, donde la brisa de invierno se entremezclaba con el aserrín de la madera danzando olímpicamente hacia el suelo, hacia los lentes del tornero y, mientras algo nuevo iba apareciendo dentro de sí mismo también se iba reflejando en la madera en figuras que en ese tiempo parecían asombrosas. Por que todos sabemos que solo hace falta imaginar algo, disponiendo de las habilidades, para poder crearlo.

En ese momento el niño continuaba practicando su nueva habilidad. Que parecía muy sencilla para ser cierta; de hecho, lo era. Ya que, practicar andar en bicicleta sin manos, era algo que había volado sus cesos cuando lo vio en televisión, y así, se dijo así mismo que tenía que aprender cómo hacerlo. Sin preguntarle a nadie se había lanzado en esa aventura. Poco sabia este niño, lo que vendría a continuación. Sabiendo nada de la mecánica y las razones de por qué el truco de andar sin manos le funcionó casi a la primera, a medida que tomaba consciencia de sus habilidades, ese niño decidió hacer algo. Mostrarle a su padre lo que había aprendido.

Este niño, a toda potencia, decidió ir a mostrarle a su padre, que estaba en el taller dentro de la casa, lo que había aprendido.

Se aventuró, sin manos, pedaleando a toda potencia por la entrada lateral de la casa que da al patio en dirección al taller, sorprendiéndose lo fácil que parecía.

Su padre, entre los ruidos de la maquinaria, percibió algo diferente. Que no pertenecía. Y decidió salir corriendo con el presentimiento que algo ocurría. A pesar que le costaba mucho correr por varias razones que ahora, no son importantes…

De un salto olímpico, entre toda la familia, ayudaron a ese niño a salir de la piscina, entre llanto y risas, con rodillas peladas y la confusión en su cara.

Mientras su padre curaba sus heridas, el niño le dijo a su padre ¿viste lo que aprendí? Si, contesto él, con una sonrisa en su cara. ¡Aprendiste a saltar maravillosamente dentro de la piscina! Entre carcajadas y parches curitas, poco sabia el niño, que su padre, era experto “andador” en bicicleta. Muchas historias tenía el padre arriba de su propia bicicleta, las cuales fue compartiendo a lo largo de los años.

Conoció su primer amor en bicicleta. Eso es suficiente de esa historia de amor por ahora.

Entonces, luego de un rato, cuando había bajado la intensidad del asunto le dijo a su hijo: Yo te puedo enseñar a hacer eso de andar sin manos, pero primero, puedes partir aprendiendo a hacer otra cosa.

Sorprendido el niño de las futuras posibilidades, su padre puso entre sus pequeñas manos, un reloj despertador de velador, de esos cuadraditos pequeños que, en el minutero y segundero, tenían esa pintura que brillaba en la oscuridad.

Y le dijo: este reloj no funciona, ¿Puedes arreglarlo? El niño respondió: No sé cómo. ¡Enséñame!, pidió el niño entusiasmado. Lamentablemente ¡no sé cómo!, , y te necesito a ti para descubrirlo, respondió el padre con una sonrisa en su cara. Además, dijo: no sé cómo, pero te puedo decir un secreto. El secreto está en mirar dentro del reloj y observar detenidamente qué sucede. Si logras descubrir qué sucede, podrás arreglarlo.

Le regaló un set de destornilladores de precisión, alicates y hasta un escritorio nuevo que construyó en madera. El niño asombrado, emprendió la aventura.

2 años pasaron en que ese niño varias veces a la semana lo intentaba, armando y desarmando. Consiguió otros relojes despertadores iguales que había en la casa, y los desarmaba y volvía a armar. Hasta que encontró la solución. En ese momento el padre le dijo el secreto de andar sin manos, luego de que el niño ya tenía mucha más práctica con la bicicleta y había logrado, como todos nosotros, mantener el equilibrio sin las ruedas de soporte. Poco se imaginaban padre e hijo a lo largo de sus vidas lo que les esperaba.

Después de muchos años, ese niño había logrado aprender muchas cosas en su vida. Unas más útiles que otras claro está. Todos tenemos eso. Sabemos cosas o sabemos hacer cosas que solo son útiles para nosotros.

Varios años después, habiendo aprendido a hacer varias cosas. Después de muchos desencuentros con su padre, ahora adulto, ese niño ofreció ayuda a su padre para sanar algunas heridas que su padre tenía. Claro está, que ese niño, ya no era niño. Pero lo parecía.

Este joven ahora, de treinta y tantos años le dijo a su padre: ¿quieres aprender a salir de eso?. Reticente el padre le dijo: creo que no es posible. El dolor que sentía su padre por haber perdido a su madre, entre otras cosas importantes de su vida, lo había transformado en una persona diferente. Sin embargo, el treinta y ñero, aun recordaba a su padre como la persona más creativa, inteligente y rápido para aprender cosas nuevas del mundo. Entonces…hicieron un experimento.

A sorpresa del padre, el experimento funcionó y logro sanar algunas de sus heridas más profundas por medio de lo que su hijo le enseñaba. A ese joven le había costado tener que recorrer el mundo para aprender, lo que le estaba enseñando a su padre.

Todo parecía perfecto. Ambos habían sanado varias cosas en el camino, rodillas, mentes, dolores y recuerdos. Esta vez no hubo parches curitas, sino que cura definitiva. Su padre respiró profundo y dejo ir cosas que lo habían atormentado por muchos años.

Finalmente, su padre había logrado una enorme paz interior y se veía diferente. Sonriendo y compartiendo como hace muchos años no lo hacían entre ellos. Con mucha alegría y risas.

Una semana después, su padre murió. Trató de salvarlo nuevamente, y no pudo. Murió en sus brazos.

Muchos lo culparon de eso. Pero ya era suficiente la culpa que el sentía al haber pensado que quizás, si no le hubiera dado la paz interior a su padre, su padre se habría quedado. Es decir, creyó por un tiempo, que le había abierto a su padre las puertas del cielo.

Bastante dolor acumuló este hijo en su corazón y mente. Tanto fue, que ese mismo dolor le hizo perder muchas cosas. Incluso a algunas personas que el más quería. Con una rabia y pena inmensa en su interior que protegió por años. Un poco parecido a lo que sucede en las heridas de las patas de los caballos. Si las tapas…se pudren. El las tapó. Sin querer. Pero esa es otra historia.

En este punto, es cuando yo conozco al protagonista de esta historia. Ese joven que cuando pequeño, y adolescente aprendió mucho de su padre. Lo bueno y también lo malo ¿No lo hacemos todos?

Mientras conversamos, le di la oportunidad a este joven protagonista de la historia, mirar su interior, tal como lo había hecho con ese reloj, para ver que sucedía. Encontró cosas que lo hacían sentir aterrorizado de sí mismo, de los otros, del entorno. Descubrió gracias a la habilidad que tenía, qué es lo que sucedía. Aprendió que nadie más que él podía salvar a su padre…y lo hizo.

Pero sin saberlo fueron apareciendo otros aprendizajes y recuerdos escondidos. Y de sorpresa, como valde de agua fría, descubrió que a lo largo de la vida, Padre e hijo se habían dado los mejores regalos del mundo. Y pudo sanar su corazón no con carcajadas y parche curita, si no que definitiva, sin parches y para siempre. Tanto para sus rodillas, su corazón y su alma.

Y aprendió en lo mas profundo de su corazón que cuando tu decides mirar en tu interior, puedes arreglarlo todo. Y, además, que cuando sueltas el volante de tu vida, fácilmente puedes caerte. Entre muchas otras cosas.

Me siento muy feliz de que me haya permitido contar esta historia y, además, estoy muy feliz de que nos encontremos nuevamente…algún día…allá afuera. Un abrazo eterno a ti…. y al cielo en su nombre.

 ¿Ya se imaginan lo que pueden reconstruir si miran en su interior, se escuchan y se permiten sentir diferente? A mí, me parece asombroso.

PD: este joven todavía conserva el reloj y la bicicleta.

Francisco Arenas Caviedes
Psicólogo Clínico – Comunitario
Licensed Trainer of NLP™
Licensed Master Practitioner of NLP™
Specialist Practitioner in Neuro Hypnotic Repatterning™
Especialista en Hipnosis Ericksoniana.
Por THE SOCIETY OF NLP™, USA.
Especialista en Psicopatología y evaluación Psicométrica.